30 de marzo de 2010

Lluvias, vino y mujeres

Es una gozada levantarse por la mañanita, a eso de las siete y media u ocho, y, mientras el sol brilla y tú desayunas, escuchas a unos niños cantar allá en la lejanía. Y, efectivamente, muchos días son así aquí en Nairobi Son las ventajas de vivir en el Campus, de estar en Kenia y de tener varios colegios alrededor de la Universidad. Porque en el barrio, que ya os dije que es de chalets, fincas hermosas y algún campo de labranza, hay como cuatro o cinco colegios, y uno está cerca de nuestra casa. Lo cierto es que todas las mañanas que luce el sol (cuando no supongo que estarán a cubierto) los niños cantan en el patio aún no sé qué tipo de canción. Podría ser el himno nacional ("Ea Mungu nguvu yeto", en español "Oh, Dios de toda la creación") o un himno religioso, puesto que el colegio más cercano a casa es anglicano.

 

Aquí, en el barrio, todos los colegios son cristianos: este anglicano, otro luterano, el católico cruzada la carretera,... Y todos los niños, por lo que yo he visto, llevan uniforme. Con colores muy vivos, por cierto, que supongo que es lo que corresponde en esta tierra de luz (disculpad la cursilería). Lo llamativo para un español es que hay un montón de niños por toda la ciudad, y creo que esa es la mayor esperanza de Kenia: las futuras generaciones, algo que en Europa, lamentablemente, se nos ha olvidado con demasiada frecuencia.

 

Cambiando de tema, ya estamos en estación de lluvias, la primera. En estas latitudes, no sé en otras, hay dos temporadas de lluvias: ésta, que va de marzo a mayo, y otra de octubre a diciembre. Seis meses de lluvias. Sin embargo, aquí no está todo el día lloviendo sino que sólo lo hace, y con mucha fuerza, cuando anochece o poco antes. Algunas veces, a primera hora de la mañana el cielo está nublado pero, según avanza el día se despeja y casi siempre brilla el sol. Según nos han contado, hay temporadas, dos o tres días, que no se ve el sol, pero por el momento nosotros hemos disfrutado de un tiempo espectacular. Además, que llueva al anochecer o en plena noche no tiene demasiada importancia, puesto que rara vez estamos fuera de casa (ya sabéis, es peligroso andar por ahí cuando es de noche).

 

Sí es verdad que hace pocos días nos cogió la lluvia a mí en un taxi yendo al centro de la ciudad y a Natalia en el mismísimo centro, donde me esperaba con J.. Cuando llueve aquí ya os he dicho que es con mucha fuerza. Mucha más de la que os imagináis: la lluvia forma una cortina que parece niebla y que no deja ver mucho más lejos de donde uno está. Esa intensidad puede durar varias horas y, como podéis imaginar, todo queda encharcado y repleto de barro. Las carreteras aquí son de muy baja calidad y, cuando llueve, se forman auténticos ríos en las calzadas y, de vez en cuando, hay que atravesar charcas enormes con el coche en alguna hondonada o alguna vaguada. Por supuesto, todas estas circunstancias afectan directamente al tráfico que no es que sea insoportable (eso lo es cualquier día en hora punta), sino que es directamente imposible. Los atascos que se forman son de muchos kilómetros y es normal que, de vez en cuando, la circulación pare durante tres cuartos de hora, una hora u hora y media.

 

Así que aquél día, en mitad de ese espectáculo dantesco, estuve cinco horas largas dentro del taxi. Sí, cinco horas hasta que recogimos a Natalia y J., dejamos a ésta en su casa y volvimos a la nuestra. La verdad es que lloviendo fuerte sólo estuvo hora y media o dos horas, pero con el estado de la calzada y la circulación tan espesa, los atascos siguieron las siguientes tres horas. Una fiesta.

 

Por otro lado, es llamativo que, aun en plena lluvia torrencial (que, por cierto, otro día fue acompañada de vientos fortísimos, por lo visto causados por el Niño. Y tengo un vídeo para demostrarlo, aunque era de noche y no sé si se verá muy bien), las temperaturas apenas sufren variación: quizás bajen uno o dos grados durante las tormentas, pero en general seguimos rondando los veintipico grados, un poco menos por la noche y un poco más por el día. También son frecuentes los rayos, los relámpagos y truenos de varios segundos bastante impresionantes. Es espectacular.

 

Y así es la temporada de lluvias en Nairobi, aunque por lo visto ésta es la floja. Ya os contaré cómo es la fuerte, si no nos ahogamos.

 

Y cambio de tercio de nuevo. Hace dos fines de semana fuimos a una feria de vino que se celebra todos los años (esta es la tercera edición, así que tampoco puede hablarse de tradición vinícola ni nada de eso). Feria de vino que en realidad era una excusa para hacer una reunión de expatriados: casi todo el mundo era mzungu. Estuvimos allí con N., la catalana de la que ya os hablé, y otras dos españolas, de Valencia y Aragón (representación casi completa de la Corona de Aragón, sólo faltaba Baleares). Fue una fiesta muy divertida, no por los que nos rodeaban, que la mayoría debía ser sajona, por lo tanto había ido allí a darle un poquito al alpiste y poco más, sino por la compañía española que tuvimos. ¡Ah! Había sólo dos vinos españoles, uno de la Ribera del Duero y otro de Cataluña, en una lista total de noventa vinos. Sudafricanos y chilenos, en su mayoría.

 

Y el fin de semana pasado fuimos a una recepción benéfica que hacía una asociación formada por mujeres llamada Karen Blixen en la embajada alemana. No porque fuesen alemanas, en absoluto, más bien era kenianas (menos dos rusas), sino porque la iglesia luterana que está dentro de la embajada les prestó un jardín para hacerlo. La asociación, como ya he dicho, la componen mujeres trabajadoras (fuera de casa, o dentro, que nos dejaron muy claro que ése es un trabajo importantísimo y fundamental para sacar adelante un país) y se dedican ha determinados proyectos para ayudar principalmente a las mujeres del campo o de las favelas, o las que tienen más problemas, como enfermedades, minusvalías o cosas por el estilo. También tienen algún proyecto de ayudas a niños (de ambos sexos) con problemas. Fue muy interesante y realmente da gusto cómo los propios kenianos se ponen en marcha para ayudarse unos a otros y, entre todos, conseguir mejorar el presente y el futuro.

 

Y después de la chapa, os dejo que tengo cositas que hacer. Otro día continúo.

 

Diego


15 de marzo de 2010

Tribus, bailes y fiestas

¿Os habéis fijado hacia dónde abren las ventanas en España? Generalmente hacia dentro, es decir, las hojas quedan dentro de la casa. Pues en Nairobi no: aquí las ventanas abren hacia fuera y las hojas quedan colgando sobre la calle. Quizás sea un detalle sin importancia, pero si os paráis a pensarlo, esto tiene una consecuencia inmediata: las rejas, que aquí abundan, no están como en España en la parte de fuera de las ventanas, más allá del cristal, sino en la parte de dentro. Es decir, mientras que en España tienes que abrir la ventana para tocar la reja, en Nairobi (no sé si en el resto de Kenia también) tienes que pasar la mano a través de la reja para abrir la ventana. Como resultado, limpiar la parte de fuera del cristal es asaz complicado, mientras que en España es facilísimo. Y otra consecuencia más bien directa: al estar la reja en la parte de dentro de la ventana y abrirse ésta hacia fuera, el alfeizar queda anulado. O lo que es lo mismo, es prácticamente imposible adornar las ventanas con maceteros y sus correspondientes flores.

Sí, sé que sólo es un detalle, pero nos hemos puesto Natalia y yo a pensar por qué esto es así. Puede ser que sea porque las habitaciones son pequeñas, pero yo me decanto porque la sensación de seguridad que da a estas gentes es mayor. Porque el problema de la seguridad, como ya os he contado, es claramente prioritario en Nairobi: las viviendas, los negocios, los colegios, las oficinas parecen castillos. Algo que va en contra de cualquier tipo de estética arquitectónica: un edificio puede ser muy bonito, pero si lo cubres de rejas, vallas, alambres espino y verjas electrificadas, lo que era bello se convierte en sórdido. Y, claro, ya ni siquiera buscas la belleza en la construcción. Así los edificios en Nairobi son feos y la impresión de mezquindad es constante.

Eso sí, tienen la inmensa suerte de que la vegetación es claramente exuberante y, ya os conté, la luz es especial, los colores son intensísimos, vívidos. Pero, volviendo al principio, no lo aprovechan porque no pueden poner flores en las ventanas.

Y después de esta digresión más o menos extraña y seguramente exagerada, os pido disculpas por haber estado dos semanas sin escribir. No tengo excusa, así que os comienzo a contar y así espero que podáis olvidarlo.

Pues bien, aquí de lunes a viernes, como era previsible, nuestra vida se ha convertido más o menos en rutinaria: el trabajo, el estudio, las gestiones, no dejan mucho tiempo para pasear o viajar, para conocer aún más este país extraño y esta ciudad tan distinta. Pero tenemos la suerte de que los fines de semana no paramos: nuestros ya amigos A. y W. quedan con nosotros, nos presentan a más gente, nos llevan y nos traen y da mucho gusto el haberlos conocido y el tratar con ellos. Además, hemos tenido el placer de conocer a una catalana que vive aquí con un keniano, pero de eso ya os hablaré más adelante.

Hace dos semanas y pico, o sea tres fines de semana, fuimos invitados a un bautizo. Como todo aquí empezó tarde, pero lo que más nos llamó la atención es que algunos de los niños por bautizar, algunos de los neófitos, tenían de tres años para arriba (el bautizo era multitudinario, como de quince o veinte niños, aunque esto en España también se está poniendo de moda... cuando hay hijos, claro). Bien, ante nuestra sorpresa, W. que estaba con nosotros nos explicó que la implantación del catolicismo aquí es bastante reciente y que la formación religiosa no está tan extendida o tan arraigada como en España (es lo que ella decía, porque aquí los bautizan a los tres años pero en España muchas veces ni los bautizan). Bien, el caso es que como demostración de lo que decía nos comentó que incluso su abuelo era polígamo.

Lo de la poligamia en Kenia, y por lo visto en toda África, es algo bastante desconcertante. Uno podría pensar que los polígamos son paganos, pero por lo visto no es así, o no en todos los casos. También hay cristianos polígamos, hindúes polígamos y, por supuesto, musulmanes polígamos. Es algo que va con el sitio: se acepta de mejor o peor grado la poligamia como algo natural. Y según he visto, es consecuencia de tener la idea tribal tan viva y tan presente.

Según nos comentó M., el keniano con el que vive N., la catalana de la que os hablé más arriba, las costumbres tribales están a la orden del día. Y no sólo la poligamia: hay una costumbre que consiste en que el que tiene trabajo sostiene a los que no. Y eso nos puede parecer muy bonito, muy generoso y muy solidario (me espanta esta palabra), pero en realidad tiene un aspecto muy negativo. Estamos hablando de que en una familia con, por ejemplo, veinte adultos (no sólo padres e hijos, también tíos y primos), tres de ellos trabajan y sostienen a los demás. Pues según nos dijo M., insisto en que keniano, ese sustento provoca que el resto de los miembros familiares no haga nada. O viva a la sopa boba, que decimos en España. Ojo, aquí vivir a la sopa boba es tener algo que llevarse a la boca, pero ningún lujo ni capricho.

Pues, insistía M., ese es uno de los motivos por los que el país no sale adelante: que muchos viven del trabajo de pocos. Ya sé que os puede parecer escandaloso, con esa mentalidad occidental que nosotros tenemos, pero os cuento lo que nos dijo M.. Y supongo que él de Kenia sabrá más que nosotros, ¿no? Bien, también nos comentó que otro motivo de la pobreza nacional es la economía sumergida: el 70% de la actividad comercial es bajo mano. Economía sumergida provocada por la profunda y endémica corrupción política en Kenia: la gente no está dispuesta a pagar unos elevadísimos impuestos a cambio de nada.

Y el tercer y, según M., más importante motivo de la miseria es la falta de educación, la ausencia de enseñanza. Actualmente la escuela primaria es gratuita (aunque no llega a todos los habitantes de Kenia), pero la secundaria es carísima y hay poquísimas plazas universitarias. Es decir, muchos de los que tienen acceso a la enseñanza secundaria (que son un porcentaje mínimo de población) luego no pueden acceder a estudios superiores por falta de plazas. Según recuerdo, los datos eran que el acceso a la universidad lo aprobaban cada año 80.000 kenianos y sólo 10.000 podían ir a la universidad.

M. nos dijo que este deficiente sistema educativo provoca un círculo vicioso: una persona con capacidad no puede acceder a estudios superiores, por lo que se ve abocado a trabajos de bajísima categoría, en los que no cobra mucho y, por tanto, no tiene dinero para que sus hijos estudien. Y otra vez la misma historia con los hijos y los nietos, y sucesivamente. Y al círculo vicioso hay que sumar los familiares que no trabajan y la corrupción en el sistema educativo (hace muy poco el ministro de Educación fue acusado de meter en su buchaca no sé cuantísimos millones robados de los libros de primaria...).

Y saliendo de este tema tan triste y sin aparente solución (al menos a corto o medio plazo) nos pasó algo bastante curioso: hace una semana y pico se nos acercó una estudiante y nos dijo que el siguiente domingo (es decir, hace dos domingos) iban a organizar una fiesta de bienvenida... ¡para nosotros! La verdad es que nos sorprendió bastante y al preguntar a otros profesores nos dijeron que no, que nunca se había hecho nada por el estilo, que la relación entre profesores y alumnos fuera de clase era casi inexistente y se mostraron aun más extrañados que nosotros. Pero el caso es que fuimos.

En el campus de la Universidad hay unos hostels donde viven los alumnos (no todos, claro está: hay más o menos doscientos viviendo aquí) y allí, en uno de los dormitorios fue la fiesta. En el dormitorio en cuestión, bastante pequeño, nos esperaban ocho o diez estudiantes ¡y sólo uno de Kenia! (que además llegó tarde). Los había de Uganda, Ruanda, Tanzania, Etiopía y creo que Somalia (de esto último no estoy muy seguro). La verdad es que fue un rato muy agradable: estuvimos charlando cada cual de su país de origen, de sus intenciones, sus proyectos y todo eso.

Y, enlazando con el tema de las tribus, nos preguntaron si en España hay tribus. No. ¿Y desde cuándo no? Desde antes de Cristo. Podéis imaginaros: revuelo, caras de sorpresa, bocas abiertas y gestos de admiración. Pues bien, un ruandés nos explicó que en su país, después de las matanzas del 94, las tribus estaban prohibidas: todos ellos eran ruandeses, y ya no son ni hutus ni tutsis. Sinceramente creo que es un gran avance, aunque me parece bastante triste que se haya tenido que pasar por un genocidio para llegar a la conclusión de que las tribus son obsoletas. Pero así es África.

Sin embargo en Kenia el asunto de las tribus, como ya os he explicado, está a la orden del día. Ya no existen las tribus como nosotros las imaginaríamos (Toro Sentado y todo eso): no hay un jefe de tribu, ni un consejo tribal, ni siquiera una estructura social propia. Pero sigue habiendo algo creo que más peligroso: la raza (o la etnia, no sé lo que corresponde). Es decir, una condición insoslayable (uno nace donde nace y con la raza que nace, y eso no lo puede cambiar) que divide a la población en más de cuarenta tribus, y éstas en dos facciones principales: bantúes y nilo-camitas.

Pero tiene también su aspecto folclórico e inofensivo: los bailes. A. y W. nos llevaron al Ranger, un restaurante en la mismísima puerta del Parque Nacional de Nairobi que por la noche se convierte en discoteca, y allí estuvimos bailando. Por cierto, que los únicos mzungu en la pista de baile éramos Natalia y yo, pero creo que nos defendimos bastante bien. Pues bien, distintas canciones que a cualquier español le sonarían igual, ellos las reconocían enseguida como kikuyu o kamba o cualquier otra tribu, y a bailar que se ponían (los de la tribu correspondiente de manera más desaforada). Fue una experiencia bastante interesante y muy divertida.

Este último fin de semana Natalia se fue de reunión de trabajo al Lago Naivasha y, aprovechando los ratos de descanso, hizo como doscientas fotos (no es broma). Seleccionaremos las mejores y alguna las compartiremos con vosotros.

Y no tengo más que contar. Por el momento. Así que hasta la próxima, que espero que sea dentro de menos de dos semanas.

D.