12 de abril de 2010

Camaleón



Subo esta otra foto, también tomada en el campus. Sí, ya sé que en España también hay camaleones, pero no de éstos. Lenda, comentarista, seguro que tiene el placer de dejarnos a todos patidifusos describiendo el ejemplar (por cierto, muchas gracias por la descripción del milano).

Diego

7 de abril de 2010

Como os decía, todo esto se ve en el jardín de casa (o a doscientos metros, pero sin salir del campus). Ahí van un par de fotos.


Marabúes y una especie de garza


El famoso águila, o lo que sea


Pido a los entendidos en esto de los pájaros que aclaren un poco de qué especies estamos hablando (y si, además del nombre español, lo ponen en latín, miel sobre hojuelas).

4 de abril de 2010

Semana Santa y Domingo de Pascua

¡Feliz Pascua de Resurrección! Porque en África, por si hay algún despistado, también es Pascua.

La Semana Santa aquí es igual que en España y, me imagino, que cualquier otro lado. Excepción hecha de las procesiones y todo eso, que aquí, por lo que yo sé, no hay. Algo habrá que montar. Pero por el momento, la Semana Santa igual que en todos los lados.

El Domingo de Ramos, como su propio nombre indica, a la iglesia fuimos con un ramo de palmera. La Misa repleta como siempre, y todos acompañábamos las canciones con nuestras palmas (las de las manos y las del árbol). Sí, ya nos estamos integrando entre la gente, aunque me da que nuestra tez pálida no nos va a dejar hacerlo del todo nunca. Pero ahí estamos. A la vuelta a casa, como es de ley, colgamos la palma en el balcón, que no se diga.

El Jueves Santo fuimos a los Oficios a la parroquia, y todo muy serio y muy bonito. Y el Viernes Santo fuimos al colegio Kianda, obra corporativa del Opus Dei. Muy emocionante todo, en especial la adoración a la Cruz.

El Sábado Santo acudí a la vigilia pascual. Todo más o menos igual que en cualquier lado, pero en swahili: hoguera, cirio pascual, velitas, oscuridad, resplandor y alegría. Y, aunque todo era igual, teníais que haber visto a esta gente cantando. Y dando palmas y bailando. Y riendo y estando felices. Algo que, de verdad, te contagiaba su alegría. Éstos sí que viven a fondo la Resurrección del Señor. Creo que tenemos mucho que aprender de los africanos, en ese sentido. Y no se me tome esto como una defensa del sentimentalismo o de teologías postmodernas obsoletas: simplemente digo que toda esa alegría, sincera, ayuda a estar más cerca de Dios el día de su Resurrección.

Por cierto, que volví a casa de noche andando y, aparte de no verse un pimiento, tampoco creáis que había zombies o fieras salvajes o extraterrestres con aviesas intenciones. Más bien no había nada ni nadie y sí muchos ruidos de la naturaleza. Una bonita experiencia.

El Sábado Santo también nos lo pasamos cocinando para el Domingo de Pascua (o séase, hoy) por una fiesta que habíamos/hemos organizado para celebrar la Pascua. Hemos creído que esa era la mejor manera de demostrar nuestra alegría y, por supuesto, la importancia de la fecha. Porque los invitados eran un matrimonio musulmán, una agnóstica, una atea comunista y dos protestantes. Es decir, los únicos católicos de verdad de la buena, los anfitriones: nosotros. Y, claro, así de escandalosos somos los católicos: ¿Pascua de Resurrección? Pues fiesta para todos.

Y eso hemos hecho. Por cierto que hemos preparado comida para un regimiento (y toda riquísima, modestia aparte). La comida la hemos regado con Lambrusco tinto (vino español de calidad aquí es dificilísimo de encontrar) y también hemos acompañado con aceite de oliva (italiano, también, que el español ni está ni se le espera). Cordero de pobre, o sea pollo, asado, pechugas empanadas, ensalada de aguacate y tomate, pimientos asados, arroz y, por supuesto, el plato estrella: tortilla de patatas. De postre, después de pelearnos con un brownie (y salir perdiendo), hemos preparado un bizcocho de chocolate con helado de vainilla y todo cubierto de chocolate líquido. Vamos, una comida muy completita. Y toda hecha por nosotros (más por Natalia que por mí, todo hay que decirlo).

La comida ha sido muy distendida y entretenida y, aunque la conversación era en inglés, siempre teníamos el apoyo de los otros españoles (ya sabéis, en el compound vivimos Natalia y yo y otra española).

Además, en la vecindad viven tres gatos. Es decir, en el Campus hay tropecientos sueltos. E incluso les dejan estar en la cafetería, aunque eso e higiene no casan muy bien en la misma frase. Pero es idea de la jefa de la Universidad, una yanqui “conversa” al africanismo que afirma que la presencia constante de los gatos forma parte de la cultura Masai. Dios nos libre de semejantes “conversos”.

Pero a lo que iba: en el compound viven tres gatos, o más concretamente una gata y sus crías. Por el momento es lo más parecido a los leones que hemos visto (y pensaréis, con razón, que para eso nos hubiésemos quedado en España. Pero cambiará y veremos leones, y leopardos y guepardos, y búfalos y ñúes, y todo eso). El caso es que hoy les echábamos los huesos del pollo asado, en los que siempre queda algo de carne. Y ver sus progresiones salvajes hacia la comida ha sido bastante interesante. Estos gatos, aunque viven siempre cerca de humanos, son bastante desconfiados y creo yo que son un poco más silvestres que sus primos españoles.

El caso es que, al cabo de un rato, ha aparecido un águila sobrevolando el campus. Porque ésa es otra: choca bastante el salir de tu casa y encontrarte un marabú que te mira con cara de infinita paciencia desde el tejado más próximo y arriba, volando, varias águilas. Y no sólo en el campus: en el centro de la ciudad, entre edificios altos realmente modernos, también puedes ver con facilidad águilas. (Nota: no sé si son águilas o algún otro tipo de ave rapaz, pero alguna es seguro. Pondré una foto para demostrároslo).

Vale. Pues al aparecer el águila las crías de gato han desaparecido. No es que se hayan escondido en los arbustos o, qué sé yo, en la escalera o algo así: han desaparecido totalmente. No así la gata que, quita como una estatua, miraba al pájaro sin mover la cabeza. Un rato después, ¡zas!, picado del águila hacia los huesos que habíamos dejado en el suelo. ¡Y salto de la gata sobre el águila! No la ha cogido (la primera a la segunda) y el águila, pacientemente, ha seguido volando en los alrededores.

Al cabo del rato, cuando la gata dormía su siesta gatuna (claro) y las crías aún no habían salido de su desconocido escondite, ¡zas!, otro picado del águila. Y esta vez sí se ha llevado algún hueso. Entonces hemos visto como se posaba en una acacia cercana y, pacientemente, disfrutaba de su botín. Vale que a lo mejor uno es un desalmado, pero habría sido más interesante ver cómo agarraba a una cría y la gata defendía a su prole. En fin, un poco de “El hombre y la Tierra” del gran Rodríguez de la Fuente.

No obstante ¿a que el espectáculo era por lo menos interesante? (Dato que no he dado: los huesos de marras estaban a tres metros de la mesa. Así que la escena aquí mismito). Bueno, pues aquí el único impresionado ha sido el menda: el resto, como si oyese o viese llover. Supongo que es una cuestión de acostumbrarse a que ronden rapaces y, en definitiva, actúen según su instinto. Pero que lo hagan en tu propia casa es estupendo.

Bien, ya terminamos la comida, despedimos a los invitados y a casa, más felices que perdices. Y ésa es la historia de nuestra Semana Santa y, sobre todo, nuestro Domingo de Pascua (ya, ya sé que no he dedicado mucho al tema religioso, pero otra vez será).

En directo, Diego para Descubriendo África Televisión, se despide hasta la próxima.