16 de febrero de 2010

Karen

La casa de Karen Blixen

El sábado pasado fuimos al Karen Blixen Museum, que es la casa donde vivió Karen Blixen (la de "Out of Africa", pero la de verdad, no Meryl Streep). El museo en cuestión está en un pueblecito llamado Karen (sí, por la mismísma Blixen) al suroeste del centro Nairobi, como a unos 20 kilómetros o así. El viaje hasta el centro lo hicimos en el autobús de la Universidad y desde allí hasta Karen en matatu. O más bien en autobús: un microbús viejito que cubre la ruta 24 (Nairobi-Karen), pero no tan grande como son los autobuses urbanos de España.

Porque éste es el otro elemento del transporte público colectivo: el bus. Los hay de muy distinto estilo, aunque siempre tienen más o menos las mismas dimensiones (no muy grandes, insisto). El modelo que más se ve es un autobús más bien alto, de unos 9 metros de largo por 3 de ancho, con la puerta de entrada casi a mitad del “fuselaje”. Pero hay otro modelo más exótico: se trata de un camión en el que la caja ha sido sustituida por el habitáculo porta-pasajeros. Tiene las mismas comodidades-incomodidades que los otros autobuses, pero es bastante gracioso ver cómo se las apañan aquí para tener un transporte público.

Porque es el negocio para un keniano medio, o mejor dicho sin estudios. Los sueldos, como no podía ser de otro modo, son minúsculos y precisamente son los dueños de matatus y autobuses los que recolectan más dinerito. Y en la cima de la pirámide salarial, los taxistas autónomos. Éstos son propietarios del coche y en un día pueden ganar con facilidad lo que otro keniano en un mes. Siempre y cuando dé servicio a los mzungu, claro, aunque pocos kenianos son los que cogen taxi. Los otros taxistas forman parte de flotas y, según nos han contado, siempre piden propina. Pero lo alucinante es que las tarifas (negociables, eso sí) son más caras en las flotas que en los independientes.

Desde luego que aquí merece la pena tener un conductor de confianza, siempre el mismo a ser posible, porque los descuentos que te hace con respecto a la tarifa “oficial” suelen ser bastante grandes. Y eso aunque uno tenga coche, que hay veces que merece la pena que te lleven en taxi antes de sacar el coche (por la noche, por ejemplo, si vas a cenar o a tomar algo por ahí).

El caso es que fuimos a Karen en bus y pudimos comprobar otra vez que es cierto que en África huele distinto, que los aromas son diferentes. Pero no siempre agradables: en el bus había una mezcla del clásico olor a choto y el sutil aroma de un corral de gallinas (por culpa de un viajero, que el autobús, por sí, estaba bastante limpio para las circunstancias).

Otro detalle sobre los autobuses: también tienen a un propio en la puerta que es el que anuncia en las paradas el trayecto que cubre el vehículo y el que cobra una vez dentro. La diferencia con los conductor de los matatus es que los de los buses te cobran una tarifa fija según el sitio al que vas y te da un ticket.

El trayecto hasta Karen es de lo más peculiar: sales del centro, del uptown, con sus enormes edificios y su circulación caótica. Más tarde, comienzan los suburbios y se pasa por decenas de talleres de carpintería y tapicería a pie de carretera, con los muebles a la vista. Detrás de los talleres, chabolas, cientos de chabolas. De vez en cuando hay un bar o una gasolinera, pero, ojo, todo sin solución de continuidad. Varios kilómetros después (y una hora si la circulación va espesa, como nos ocurrió a nosotros), la carretera se ve de pronto enmarcada por fincas enormes con casas que bien se podrían llamar palacios. Una vista colosal de no ser por los sempiternos alambres espinos (curiosidad: en España, alambre espino tienen algunas fábricas y, sobre todo, los cuarteles; pues en Nairobi todas las propiedades privadas están adornadas por el dichoso alambre, o verja electrificada en su defecto, y justo los cuarteles son los que menos seguridad parecen tener. Sí, tienen vallas y alambre, pero con unos agujeros tremendos y muchas veces con aberturas por donde puede caber un coche).

Ya por fin en Karen, pasamos el pueblo y llegamos al Museo de Karen Blixen, como dos kilómetros más para allá. Pero antes de visitar nada teníamos que comer algo, que se nos había hecho tarde. ¿Verdad que un sitio extraordinario para poner un restaurante es en la puerta de un museo? Pues no: el restaurante más cercano estaba como a quinientos metros que tenías que andar por el arcén de una carretera desierta. No hubo ningún problema, pero fue curiosísimo cómo los kenianos, acostumbrados que están a caminar por las carreteras, se extrañaban de ver a dos mzungus a pie. Y no me extraña: los mzungus que viven en esa zona no es que sean ricos, es que son la leche de ricos.

Bien. Comimos y nos volvimos al Museo. La casa de la Blixen hay que verla. Así también me vengo yo a vivir a África (bueno, y sin eso también, ya que aquí estoy). No es que la casa en sí sea demasiado grande, aunque no creo que baje de los 250m². Lo que sorprende y abruma un poco es el jardín: por un lado, frente a la casa, lleno de árboles; por otro, a un costado de la casa, diáfano; y el otro costado está cerrado con alambre-espino, pues hay una institución nutricionista en ese lado. Pues bien, la parte de delante, la de los árboles, tendrá como 2000m², y en la otra parte, la diáfana, puede caber tranquilamente un campo de fútbol y aun sobraría espacio.

El Museo es dentro de la casa, claro, pero a los no residentes les cobran 800 KES (más o menos 7’50€). Y nosotros, que todavía no tenemos los papeles de residentes, decidimos que a las pertenencias de Karen (que es lo que se ve dentro de la casa) les podían dar morcilla. Ya tendremos oportunidad de volver con la tarjeta de residente y, si no, pues nos quedamos sin verlo y santas pascuas. Aunque sin verlo, sin verlo... A decir verdad, en la parte de atrás de la casa Blixen hay unas hermosas ventanas a las que te puedes acercar y, sin sigilo ni nada parecido, ves el comedor y parte del salón. Pero la descripción se la dejo a mi mujer que fue quien miró.

Pero ahí no acaban las atracciones del lugar: en un extremo del jardín, entre la maleza, se abre una vereda que lleva a una máquina de café (no, de ésas no: la tostadora de café, industrial). Porque toda la propiedad está regada de máquinas de época: tractores, arados, tostadora, recolectora, etcétera. Y a mi juicio un poquito más de cuidado no les vendría mal (y con los 800 KES de entrada ya les da para cuidarlo).

En definitiva, merece la pena ir a visitar el sitio más que por lo que ofrece, por el ambiente que se vive. Y otro día sigo con más.

D.

4 comentarios:

Marc Roig Tió dijo...

No es un mal plan para el sábado; poco a poco vais descubriendo Nairobi y alrededores (y nos ayudáis a los demás a conocer un poco más el terreno, claro). ¿Cuál es la próxima excursión?

Sobre casas y palacios -sabiendo que Eldoret es más barato que Nairobi- te diré que una familia holandesa tiene una casa de las dimensiones de la Karen pero en Eldoret (con urrbanización privada, seguridad y demás) y pagan 400€ mensuales de alquiler.

Abrazo.

PD: creo que te has colado con un cero en el precio de la entrada: 8000KES son 75€.

DYN dijo...

Gracias, Marc. Queda corregido.

Anónimo dijo...

¿Y qué había dentro? Que a las mujeres esos detallitos nos gustan...
Monse.

Yomisma dijo...

Lo de arreglar el terreno y eso no va a ser posible, pues los que vais os parece muy caro y no entrais !!!! Así que otra vez será. Muy bonita la entrada, a ver si Natalia se explaya en lo que vió por la ventana. Besetes