Y vuelvo a la carga con mis cosas. De verdad que es una experiencia genial, aunque lo suyo es vivirla, porque sin el marco donde suceden las cosas, por muy bien descritas que estén, es imposible siquiera sospechar que es lo que se siente en esos momentos. Así que os cuento un par de cosas y algunas impresiones que, pacientemente, he ido anotando en una libreta comprada ad hoc (y anda que no mola mi libretita).
El sábado pasado montamos por primera vez en
matatu, ya sabéis, lo que estos señores entienden como transporte colectivo: cientos de furgonetillas repletas que pululan por la ciudad. Pero antes de contaros nada aclaremos un par de cosas sobre los
matatus. El servicio urbano de
matatus tiene rutas previstas (no sé cuántas son en Nairobi, pero más de 100) y esa ruta puede modificarse sobre la marcha por cualquier motivo. Y una vez que la ruta ha variado, tú te las tienes que ingeniar para desfacer el entuerto, es decir, que el
matatu sigue con la ruta cambiada y tú te buscas la vida como buenamente puedas (pero, ojo, que eso mismo pasa los domingos en Madrid con la EMT alrededor del Bernabéu). Por supuesto que existen historias para no dormir acerca de robos y secuestros a pardillos que se montaban en una ruta sin saber cuál era, pero esas historietas la verdad es que nos tienen un poco hartos: aquí basta con tener sentido común y, aunque eso no te salve de todo, desde luego no te encadena a la mesita del salón de tu casita.
Bien, volviendo a los
matatus, la tripulación es de dos personas: el
driver, que conduce, y el
conductor, que es una mezcla de revisor y piloto y hombre anuncio y altavoz. El
conductor es el que manda en la furgoneta y es el que decide los precios del viaje. Sí, existen unas tarifas más o menos estipuladas, pero en Kenia tienen un mal endémico y es que cada cual hace lo que le sale del mondongo. ¿Traducción al tema
matatus? Pues que por el mismo trayecto te pueden cobrar distinto si tienes o te ven cara de pardillo, si eres nuevo, si no sabes regatear o cualquier otro motivo. También existe el regateo, por supuesto, y creo que ése es un síntoma clarísimo de la falta de seriedad: ni los transportes públicos tienen un orden y un rigor siquiera en el tema de las tarifas.
Y es que Kenia es un país rico en lo agrícola y con una industria potencial que sería bastante importante. Además, la estructura estatal prácticamente heredada de los ingleses es más que suficiente para sacar el país adelante de manera más o menos airosa. Pero no lo hace, a mi modo de ver, por dos razones: por la ya nombrada de que aquí cada cual hace lo que le da la gana y por la corrupción generalizada, especialmente política. Todavía no sé si es antes el huevo o la gallina: no sé si hay corrupción porque a la gente le da igual todo o si a la gente le da igual todo porque hay corrupción, es decir, porque no hay mandatario ni organismo con autoridad suficiente para poner orden.
Pero volvemos a los
matatus. El precio se negocia antes de subirse en el vehículo y se paga durante el viaje, cuando el
conductor te indica (que suele ser cuando te da una palmadita en el hombro, supongo que para que cada cual pague el precio que ha negociado sin que el resto sepa cuánto es).
El caso es que, como os decía, fuimos desde Strathmore hasta el centro con J. en un
matatu y allí nuestra cicerone nos llevó a otra estación de
matatus andandito. El trayecto no fue muy largo, un kilómetro o poco más, pero con un calor de muerte y, sobre todo, gente apiñada por las aceras y
matatus y
tuk-tuks (ya sabéis, los taxi-motocarros) jugando a ver quién se arrimaba más al peatón. Cuando llegamos a la otra zona, cerca de Moi Avenue (es decir, zona conquistada, ya que el College donde voy a clase de inglés está ahí cerca), J. nos dejó colocados en el
matatu correspondiente y solitos que no fuimos hasta Village Market, o séase el mall-burbuja para occidentales, que teníamos que hacer algunas gestiones allí.
Los precios de los
matatus, aunque son más o menos negociables, van de los 10KES (0,09 €) a los 50 ó 60 KES en trayectos urbanos. También hay servicio de
matatus interurbanos, pero con el mismo modelo de furgonetilla. Eso todavía tenemos que probarlo, pero por lo que hemos leído, trayectos de tres o cuatro horas son 250 o 300 KES (de 2,35 a 2,85 €).
Por supuesto que en la aventurilla ésta nuestro rostro pálido era de lo más llamativo. Y eso tiene su gracia, aun con algo de desconcierto, al principio. Pero cuando todos los
conductor se acercan para darte el tostón (por cierto, el
conductor en las paradas se baja y empieza a gritar el destino de su
matatu. Y si eres blanco pues para qué más: todos quieren que vayas donde ellos van y, alucinante, aun intentan convencerte de que es mejor ir donde ellos te dicen que donde tú quieres ir). Además, aquí tienen una palabra para denominar al blanco:
mzungu (pronunciado musungu). Por lo visto es una palabra compartida por el swahili y casi todas las lenguas africanas negras. Y cuando un conductor te planta un “
mzungu” te deja un poco descolocado. Y esto lo digo porque efectivamente, al menos en Nairobi, se nota cierto rechazo o cierto resquemor con los blancos. No es que nos traten mal, pero tampoco bien. Es decir, si tú preguntas algo o pides algo, te responden sin problema, pero no es rara la mirada de desconfianza o incluso de desprecio y el tono de desgana. Por supuesto que no siempre es así, pero por lo que hemos visto es más común de lo deseable.
Pero, aunque pueda parecer otra cosa, “
mzungu” no tiene tono despectivo. Es decir, no es como nuestro “
guiri”, sino que simplemente describe al hombre blanco. Sería más bien como nuestro “negro”, cuando no se usa despectivamente.
Porque aquí en Kenia todo el mundo habla al menos tres lenguas: el inglés, el swahili y la lengua materna, o séase la lengua tribal que se hereda por medio del padre (ya, y se llama materna...). Y es que el tema de las tribus está muy activo en Kenia y cada cual sabe no sólo a la tribu a la que él mismo pertenece sino también a la tribu a la que el otro pertenece (de hecho a veces es una de las primeras preguntas cuando la gente se conoce). Hay dos clases de tribus: los bantúes (kikuyu, kamba, etcétera) y los nilo-camitas,
nilotics en inglés (luo, masai, etcétera) que provienen del norte. De hecho, la lengua que hablan los habitantes del sur de Sudán (cristianos, y que se niegan a hablar árabe como exigen los sudaneses del norte) es prácticamente igual que la de los luo.
Pues bien, entre estas dos ramas de tribus las relaciones no son todo lo buenas que pudieran. Por lo visto existe una rivalidad ancestral que cada cual justifica desde su punto de vista (que si estos vinieron del norte y nos guerrearon, que si los otros eran muy amiguitos de los ingleses y se quedaron con todo cuando los
bobbies se fueron). Y esa hostilidad de vez en cuando se reanima en la actualidad en la lucha por el poder político. Por ejemplo, los kikuyu (bantúes) son la tribu más numerosa y los que más parcelas de poder de todo tipo controlan. Kenyatta, el primer presidente de Kenia independiente, era kikuyu, y esta circunstancia la esgrimen los luos (nilo-camitas) para acusar a los kikuyu de acaparar las mejores y más influyentes posiciones. Y eso podría no pasar de ahí, pero en las últimas elecciones presidenciales, en 2007, se enfrentaban Kibaki (actual presidente, kikuyu) y Odinga (luo). Por lo visto fueron unas elecciones bastante irregulares y hubo una revuelta inter-tribal con varios cientos de muertos. Casi nada. Al final llegaron a un ni pa’ ti ni pa’ mi y crearon el puesto de primer ministro para Odinga, quedándose Kibaki la presidencia.
De ese modo, sí que se pueden advertir gestos de desaprobación o de antipatía entre los bantúes o nilo-camitas cuando les hablas de los otros.
Y otro día os cuento más cosas que me tengo que ir a dormir.
D.